No, no voy a hablar del envase de plástico
usado como recipiente para albergar cualquier producto sea comestible o no. Por
desgracia, no.
Un conocido me hablaba acerca de las redes
sociales diciéndome que él no tenía Facebook,
Tuenti, Twitter, ni nada parecido, porque no le gustaba eso de que la gente
hurgase en su vida. Le comentábamos los que estábamos a favor que allí sólo
poníamos cosas que no nos importaba que viesen los demás y que la finalidad del
asunto era estar en contacto con la gente de una forma visual.
Después me estuve fijando en la gente que
conozco que opina de forma parecida y llegué a una conclusión: hay personas a
mi alrededor que se han convertido en “tupperware”. Celosas de su intimidad en
exceso, herméticas en lo que piensan, inexpresivas en sus sentimientos…
intuyes, vagamente, lo que hay en su interior a través del traslúcido de sus
paredes, pero, no puedes asegurar qué albergan exactamente. Frases como “es
preferible no querer para que no te hagan daño”, “cuanto más das más sufres”, “si
confías en la gente, al final te verás defraudado” son su vocabulario habitual
y el sellado de su envase.
Es
cierto que a medida que nos entregamos a cualquier causa renunciamos parcialmente
a nosotros y que esa renuncia, en parte, supone la pérdida de nuestro yo en
favor de los demás y que el egoísmo nos propone que tendremos más valía cuanto
más interés desmedido tengamos en nosotros y menos en los que nos rodean. El
problema de esta forma instrospectiva
de vivir la vida es que, en esa defensa de tu yo, acabas poniendo barreras a tu
relación con los demás y acabas aislado. Cualquiera que tenga amigos, esté
casado, tiene hijos o vive en comunidad, sabrá lo difícil que es labrar una amistad
o mantener una relación, el tiempo que hay que dedicarle y los sacrificios que
conlleva. Por otra parte, el que esté en esa situación, también opinará que es
una bendición tener alguien a tu lado que te apoye en tus momentos difíciles y en
quien volcar nuestra afectividad y que eso bien vale tu compromiso con ellos.
La vida, de por sí, se ha puesto difícil en
lo que a las relaciones personales se refiere. Vivimos en un mundo consumista
que pregona el “tanto tienes tanto vales” y “el fin justifica los medios” y con
esas premisas encontramos “amigos” por lo que tenemos o lo que conseguimos
pero, qué pasa cuando nos vamos haciendo mayores y esas cosas que nos hacían
populares empiezan a no importarle a la gente o cuando lo que “tenemos” no es
suficiente para hacernos especiales. Si además añadimos que nos hemos convertido
en acorazados e impermeables a los sentimientos el cóctel se convierte en
explosivo y en cualquier momento dinamita nuestra existencia en forma de
depresión o crisis existencial.
Por muy importante que sea lo que guardáis
en vuestro interior, no lo condenéis al anonimato. La rosa más bella, encerrada
en un envase de plástico, se marchitará de igual forma que la que luce al aire
libre, pero la diferencia está en que en el color y el olor de esta última
perdurará en aquella gente que ha tenido la suerte de disfrutarlos. La frase “Gratis
daremos lo que gratis se nos dio” puede ser un buen lema para vivir y, sobre
todo, si hacemos de nuestra vida un tiempo
de siembra, tendremos algo que recoger en nuestra ancianidad.
Ya lo decía la Madre Teresa de Calcuta: “No hay mayor pobreza que la soledad”.
Pues nada, sed ricos.